Mientras voy preparando varios posts para el blog, aquí os presento el primer capitulo de Triunfa con SEP: El modelo para mejorar la salud, los negocios y la vida, la versión española de Sustaining Executive Performance.

Para que el hombre tuviera éxito en la vida, Dios le dio dos medios, educación y actividad física. No por separado, uno para el alma y otro para el cuerpo, sino unidos. Con estos medios, el hombre puede lograr la perfección.

--Platón

Los V Juegos Olímpicos  acababan de terminar, y las estrellas de la competición recorrían el estadio en la ceremonia de clausura. La multitud de Estocolmo agradecía con sus gritos e intentaba escoger a sus héroes. Dieciséis días de competición habían dejado docenas de medallas de oro y nuevos campeones olímpicos: las carreras más rápidas, los saltos más altos y largos, las impresionantes demostraciones de fuerza. Y, por supuesto, quién podría olvidar las palabras de Georges Hohrod y M. Eschbach:

Oh, Deporte, ¡eres la Felicidad! Bajo tu mandato la carne baila y los ojos sonríen; la sangre corre abundantemente por las venas. Los pensamientos se ensanchan hacia un horizonte más brillante, más claro. A los tristes brindas diversión para apartarlos de su sufrimiento, y a los felices les permites disfrutar plenamente de la dicha de vivir.

La Medalla de Oro Olímpica de la Literatura. Los nueve versos de la "Oda al Deporte” fue enormemente elogiada por el grupo de jueces: “que sin duda nos pareció que ganaba el concurso literario, en nuestra opinión tiene el mérito de ser del tipo exacto que buscábamos para la competición en materia de inspiración. Emana todo lo directamente posible de la idea de deporte. Elogia al deporte de una manera que suena literaria y deportiva”. Continuaron diciendo que “estaba llena de mérito por todos lados” y que era “impecable desde el punto de vista de la lógica y de la armonía”.

Así que ¿quiénes eran estos dos nuevos campeones olímpicos? Hohrod y Eschbach era el seudónimo del Barón Pierre de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos modernos. Un hombre pequeño, atlético, siempre elegantemente vestido, con gran bigote y ojos vivos y brillantes, era el Presidente del Comité Olímpico Internacional en ese momento y la fuerza impulsora de esos primero Juegos. No sabemos seguro si el grupo de jueces conocía la identidad real de Hohrod y Eschbach, que, de hecho, eran ciudades vecinas al lugar de nacimiento de la mujer de Coubertin, Marie; tampoco sabemos cuándo o cómo se presentó a de Coubertin su medalla. Como estos eran los primeros Juegos Olímpicos en los que la competición artística compuesta por arquitectura, escultura, pintura, música y literatura iba a originar nuevos Campeones Olímpicos junto a corredores, saltadores y lanzadores, es posible que de Coubertin se sintiera intranquilo sobre una posible tímida afluencia de la comunidad artística.

Aunque la incorporación de las artes era parte de su intención original desde los primeros Juegos modernos en 1896, las dos Olimpiadas primeras fueron en realidad una mera cuestión de supervivencia. De Coubertin estaba especialmente abochornado por los Juegos de París, sus juegos “en casa” de 1904, que fueron ensombrecidos por la Feria Mundial de París acontecida el mismo año. El primer gran intento de integrar las artes en los Juegos de Roma de 1908 sufrió una salida en falso debido a los problemas que tuvo el Comité de Roma en la línea de salida, y, más aún, a causa de la falta de tiempo que su posterior reemplazo, Londres, tenía. Y así, en 1912, y en los 16 años de un Movimiento Olímpico todavía frágil, nadie negó a de Coubertin, ni el Comité de Estocolmo, claramente reticente a la idea, que pensaba que el arte no se podía juzgar de la misma manera que una carrera o un salto, ni la delegación griega, que deseaba que Atenas fuera la base permanente de los Juegos cada cuatro años.

Quizá en el momento de recibir la noticia de la medalla, seguro que cuando escribía “La Oda al Deporte”, de Coubertin debió pensar en los famosos artistas griegos que ganaban títulos en los Juegos de la Antigüedad, mediante años de entrenamiento físico, debate intelectual, y reflexión, que marcaban la gimnasia de la época. De un lado a otro de las bibliotecas públicas y en el Ágora empresarial de Atenas, hombres de todas las edades irían a entrenar su mente y su cuerpo. Clases de filosofía y arte tendrían lugar, además de los entrenamientos físicos y las competiciones.

Y así quería él que fuera su concepción moderna del Olimpismo, como la Grecia Antigua que recompensaba con Laureles a los Campeones Olímpicos de escultura, música y literatura, además de a los vencedores de fuerza y proezas físicas, para promocionar una forma holística de desarrollo humano. Su empeño por integrar las artes en los Juegos era sintomático de la lucha que de Coubertin había librado durante los últimos 30 años de su vida para conseguir el movimiento moderno. Como cualquier atleta, el suyo fue un viaje de atención, sacrificio y búsqueda del progreso y los logros. El punto de salida puede considerarse su conferencia en la Soborna en 1892, en la que hizo su primer llamamiento público para reestablecer los Juegos Olímpicos, una conferencia que, en suma, fue mal recibida, pero que sólo desbarató temporalmente a un de Coubertin desanimado por aquel entonces.

En dicha conferencia, se presentó a Estocolmo como la capital mundial del deporte, con la escuela de gimnasia sueca junto a los modelos alemán e inglés, presentados como las mejores prácticas para mejorar el sistema educativo. Creyendo que el deporte era el mecanismo que podía unir al mundo, los objetivos principales de Coubertin eran la paz y la educación. Su poderosa creencia en el poder del deporte para logar estas metas y más se refleja en los nueve versos de “Oda al Deporte”, en la que se caracteriza al deporte como “placer de dioses, belleza, justicia, audacia, honor, felicidad, fecundidad, progreso y paz”. En sus escritos, de antes y después del establecimiento del movimiento moderno, el objetivo de Coubertin era que el Olimpismo fuera “la doctrina de la fraternidad entre el cuerpo y la mente”. Su esperanza de que el deporte fuera capaz de reestablecer este equilibrio, tanto tiempo perdido, en las generaciones jóvenes, sometidas según él a un sistema educativo lleno de barreras y totalmente falto de libertad de pensamiento.

En 1887, cuando Coubertin estaba formulando sus planes, las palabras exceso de trabajo estaban en boca de todos. Él creía que la fatiga excesiva y permanente derivaba fundamentalmente de “debilidad física, vaguería intelectual, y degradación moral” y consideraba que el cuerpo, en vez de percibirse como inferior a la mente, era, de hecho, el medio por el que la mente podía funcionar mejor...

Se puede descargar el capitulo completo en la pagina web de Pearson aquí.

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